Serpiente asiática como animal de compañía
Illegal trafficking
A pesar de la alta mortalidad existente en el rapto y transporte de animales salvajes los beneficios económicos son tales que las cuentas siguen cuadrando, y mucho. Las redes organizadas de criminales aprovechan los bajos niveles de detección y control, así como la baja cuantía de las sanciones aplicadas en los países exportadores (generalmente desfavorecidos) para seguir lucrándose con elevada impunidad. Así, un campesino pobre puede subsistir robando crías de loro al tiempo que contribuye al negocio internacional. Este mercado clandestino supone una amenaza para la desaparición de ciertos animales y plantas, desestabiliza los hábitats autóctonos y genera sufrimiento y dolor para los animales. Además, cuando se trata de animales peligrosos, suponen una amenaza para sus propios dueños y terceras personas.
Algunos autores apuntan que un aumento de las sanciones a través de convenios internacionales podría perjudicar el lucro de los países (Birkeland, 1993; Gruen, 1993; Lemieux y Clarke, 2009; Reeve, 2002), como sería el caso de la CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres). Sin embargo se critica que los intentos efectuados por los convenios pretenden más controlar que prohibir (Mol et al., 2018, 288). El control se efectúa determinando qué especies en particular pueden ser traficadas, en qué condiciones y cantidad, con qué permisos y documentos de viaje, etc. Lo anterior resulta fácilmente falsificable y el resultado es una protección superficial de animales y plantas en el marco de un tráfico ilícito con aspecto legal.
Las perspectivas ecofeministas explican porqué el debate no se centra en la prohibición. Señalan que la explotación de los animales como recursos naturales está normalizada y la devaluación que sufren permite su explotación como recurso y no su protección como víctima. Y lo mismo sucede con las mujeres que, desde una óptica patriarcal, son consideradas como víctimas legítimas para ser explotadas a manos del hombre. Según Gruen (1993) mujeres y animales desempeñarían la misma función simbólica. En este sentido, es hora de plantearse desde un punto de vista ético y social la relación que el ser humano mantiene con otros animales. Los instrumentos legales son necesarios pero limitados. Es necesario cuestionar “los derechos autodeclarados de los seres humanos para explotar a otras especies y a la naturaleza” (Mol., et al, 2018, 293) teniendo en cuenta los nefastos impactos sobre el planeta. El cambio tiene que ser promovido desde la educación y la concienciación social otorgando mayor visibilidad y trascendencia mediática al daño que genera el abuso a los animales en todas sus formas.